Noviembre de 2013.
¿Danzar para vivir o vivir para danzar?
A veces, amigos que
tengo desde niña, o personas que me conocen de toda la vida, me preguntan si
siempre supe que quería bailar, o si siempre lo quise; lo cierto es que ni yo
misma recuerdo como sucedió. Sólo recuerdo que veía ballet por televisión e
intentaba imitar los movimientos de las bailarinas, o cuando transmitían la
película de “Crí- Crí”, mi parte favorita era “La marcha de los juguetes”
entonces brincaba de un sillón a otro y bailaba sin parar.
Fue hasta casi los 10 años que comencé
a asistir a clases de danza, no tuve una revelación como mucha gente, ni
descubrí la danza después de haber hecho demasiadas cosas en la vida. Feliz
puedo decir que lo que más adoro hacer en la vida es bailar, precisamente
porque la vida es eso, movimiento puro.
Hoy
tengo diecinueve años y puedo decir que hago lo que amo y amo lo que hago, sin
embargo hay un millón de cosas con las que no puedo estar de acuerdo con la
danza y me dan ganas de matar a mis maestros cuando los escucho decir
algunas…tonterías por así decirlo. Los bailarines no somos atletas de Dios, eso
se lo invento alguien; nuestra madre no nos parió en primera posición y si, si
somos unos simples mortales, no somos de chicle, nos duele el cuerpo, nos
enfermamos, tenemos sentimientos, nos enojamos, nos frustramos, nos
desesperamos, nos enamoramos y todo, absolutamente todo lo que hacemos nos
cuesta trabajo aunque en el escenario parezca realmente sencillo.
No somos máquinas de movimiento, y
aunque lo de hoy son las especializaciones, no entiendo porque encasillar a la
danza, ésta necesita de todas las demás
artes, y entonces un bailarín que no conoce la música, no ha tenido un pincel
en sus manos, no gusta de la palabra, del cine, de visitar museos…un bailarín
de esos, efectivamente termina siendo una máquina de movimiento.
Bien, ¿Qué te hace un
mejor bailarín? No sólo conocer el arte, pasarte horas practicando, asistir a
un millón de clases…para mí no se trata sólo de eso, existe algo de lo que los
maestros se olvidan, vivir también te hace un mejor bailarín, salir con tus
amigos, viajar con tu familia, estar en el cumpleaños de tu abuela, enamorarte,
comer helado los sábados, tomarte un café con un churro relleno en Coyoacán…todas
y cada una de las experiencias que la vida misma logre darte se verán
reflejadas en tu danza, y de eso se trata, no es mejor bailarín el que tiene
las mejores extensiones o u súper empeine; sino quienes viven la danza y danzan
la vida.
Los maestros que suelen decir que hay
que desayunar, comer y cenar danza; que hay que aprender a ser un poco egoístas
porque nuestra profesión lo exige, que la danza está ante todo…me pregunto si
nunca tuvieron amigos que los apoyaron y confiaron en ellos, padres que con esfuerzos
pagaron las clases de danza, los vestuarios y estuvieron en cada una de sus
funciones; abuelos que se llenaron de orgullo al presumir con sus amigos que su
nieto o nieta era el mejor bailarín; algún enamorado o enamorada que les
inspiro para seguir bailando, que secó sus lágrimas cuando creían no poder más
y que sin importar nada siempre estuvo en cada función con un ramo de flores.
Pensar en danza 24 horas al día, 7 días
a la semana, 365 días al año…puede ser la opción cuando te das cuenta que no
eres o mujer o bailarina, que no tienes que elegir entre enamorarte, casarte,
ser mamá y crecer en tu profesión; en esta vida hay tiempo para todo, y yo
tengo claro que no soy mujer o bailarina, soy ambas, no cambiaría mi vida en la
danza por nada en el mundo, pero tampoco cambiaría mi vida como mujer por la
danza, amo, vivo, rio, creo, crezco, disfruto, como, corro, lloro, sufro,
caigo, sueño…¡DANZO!
La danza no es para sufrir…nunca lo
fue, a mí no me parieron en primera posición, a mí que no me digan que la danza
no duele, claro que duele, a mí que no me digan que debo aprender a ser
egoísta, no podría olvidarme de aquellos que me han apoyado en mi camino, sería
el mayor acto de ingratitud, porque no llegue hasta aquí sola y prefiero danzar
la vida que danzar para vivir.