Ensoñaciòn

Ensoñaciòn

viernes, 13 de noviembre de 2015


Noviembre de 2013.

 

¿Danzar para vivir o vivir para danzar?


 










A veces, amigos que tengo desde niña, o personas que me conocen de toda la vida, me preguntan si siempre supe que quería bailar, o si siempre lo quise; lo cierto es que ni yo misma recuerdo como sucedió. Sólo recuerdo que veía ballet por televisión e intentaba imitar los movimientos de las bailarinas, o cuando transmitían la película de “Crí- Crí”, mi parte favorita era “La marcha de los juguetes” entonces brincaba de un sillón a otro y bailaba sin parar.

Fue hasta casi los 10 años que comencé a asistir a clases de danza, no tuve una revelación como mucha gente, ni descubrí la danza después de haber hecho demasiadas cosas en la vida. Feliz puedo decir que lo que más adoro hacer en la vida es bailar, precisamente porque la vida es eso, movimiento puro.


Desde que comencé a bailar tuve muy claro que si iba a hacerlo lo haría bien y en serio, todos los días, sin importar la distancia o el clima, acepté la disciplina de portar un uniforme, mantener siempre largo mi cabello para un buen chongo (siempre con chonguera, que mi abuelita tejía), mantener mis uñas cortas y sin esmalte y sobre todo, soportar el dolor que esto me trajera; Sin embargo los años pasan, creces y entonces cambias y aunque amo la danza surgían en mi ciertas inquietudes que no sabía cómo responderme, pensaba que era demasiado injusto pensar en la danza primero que en todo, no me gustaba no ir a los aniversarios de mis bisabuelos porque justo al otro día siempre tenía función y debía estar descansada; no me gustaba no comer helado, ni tamales, ni quesadillas, ni tacos porque me engordaban, no me gustaba no poder ir al cine con mis amigos porque tenía clase…a pesar de todo, siempre había algo en mi cabeza que me hacía pensar, que todo lo que no hacía o dejaba de hacer por la danza no era un sacrificio, era sólo un esfuerzo.

Hoy tengo diecinueve años y puedo decir que hago lo que amo y amo lo que hago, sin embargo hay un millón de cosas con las que no puedo estar de acuerdo con la danza y me dan ganas de matar a mis maestros cuando los escucho decir algunas…tonterías por así decirlo. Los bailarines no somos atletas de Dios, eso se lo invento alguien; nuestra madre no nos parió en primera posición y si, si somos unos simples mortales, no somos de chicle, nos duele el cuerpo, nos enfermamos, tenemos sentimientos, nos enojamos, nos frustramos, nos desesperamos, nos enamoramos y todo, absolutamente todo lo que hacemos nos cuesta trabajo aunque en el escenario parezca realmente sencillo.

No somos máquinas de movimiento, y aunque lo de hoy son las especializaciones, no entiendo porque encasillar a la danza, ésta necesita  de todas las demás artes, y entonces un bailarín que no conoce la música, no ha tenido un pincel en sus manos, no gusta de la palabra, del cine, de visitar museos…un bailarín de esos, efectivamente termina siendo una máquina de movimiento.

Bien, ¿Qué te hace un mejor bailarín? No sólo conocer el arte, pasarte horas practicando, asistir a un millón de clases…para mí no se trata sólo de eso, existe algo de lo que los maestros se olvidan, vivir también te hace un mejor bailarín, salir con tus amigos, viajar con tu familia, estar en el cumpleaños de tu abuela, enamorarte, comer helado los sábados, tomarte un café con un churro relleno en Coyoacán…todas y cada una de las experiencias que la vida misma logre darte se verán reflejadas en tu danza, y de eso se trata, no es mejor bailarín el que tiene las mejores extensiones o u súper empeine; sino quienes viven la danza y danzan la vida.

Los maestros que suelen decir que hay que desayunar, comer y cenar danza; que hay que aprender a ser un poco egoístas porque nuestra profesión lo exige, que la danza está ante todo…me pregunto si nunca tuvieron amigos que los apoyaron y confiaron en ellos, padres que con esfuerzos pagaron las clases de danza, los vestuarios y estuvieron en cada una de sus funciones; abuelos que se llenaron de orgullo al presumir con sus amigos que su nieto o nieta era el mejor bailarín; algún enamorado o enamorada que les inspiro para seguir bailando, que secó sus lágrimas cuando creían no poder más y que sin importar nada siempre estuvo en cada función con un ramo de flores.

Pensar en danza 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año…puede ser la opción cuando te das cuenta que no eres o mujer o bailarina, que no tienes que elegir entre enamorarte, casarte, ser mamá y crecer en tu profesión; en esta vida hay tiempo para todo, y yo tengo claro que no soy mujer o bailarina, soy ambas, no cambiaría mi vida en la danza por nada en el mundo, pero tampoco cambiaría mi vida como mujer por la danza, amo, vivo, rio, creo, crezco, disfruto, como, corro, lloro, sufro, caigo, sueño…¡DANZO!

La danza no es para sufrir…nunca lo fue, a mí no me parieron en primera posición, a mí que no me digan que la danza no duele, claro que duele, a mí que no me digan que debo aprender a ser egoísta, no podría olvidarme de aquellos que me han apoyado en mi camino, sería el mayor acto de ingratitud, porque no llegue hasta aquí sola y prefiero danzar la vida que danzar para vivir.