Ensoñaciòn

Ensoñaciòn

jueves, 12 de noviembre de 2015


       Enero de 2014.
Un homenaje a mis recuerdos de infancia
y adolescencia, gracias a la danza por permitirme conocer gente maravillosa.
 
Momentos hechos recuerdo.

Por: Viridiana Juárez.

Está comenzando un nuevo año, con los buenos deseos y demás felicitaciones, vienen también las reflexiones, no vamos a negar que estas fechas ponen a todo mundo un poco nostálgico.

Soy la primera nieta por parte tanto de mi madre, como de mi padre, lo cual también significa que soy la mayor, me asustó un poco darme cuenta de que mi prima ya es una adolescente y mi hermano está entrando a la pubertad, me asustó darme cuenta que este año cumplo 20 años. La semana pasada estuve platicando con mi prima la más pequeña vía Skype, ya que mi tía y su familia viven en Baja California; sin duda alguna la pequeña Camila me saca sonrisas y tras un montón de preguntas me hizo volver a mi infancia…” ¿Tú qué querías ser de grande cuando tenías 7 años?... ¿Tú qué pensabas cuando tenías 12 años?... ¿Tú qué hacías para divertirte cuando tenías 12 años?...”  De todas las preguntas que me hizo Camila, fueron las que más me pusieron a pensar, porque la respuesta para las tres interrogantes era casi la misma, a los 7 años yo quería ser bailarina…a los 12 años pensaba en ser bailarina…bueno, con la última pregunta me di cuenta que siempre he sido un poco aburrida, a los 12 años mi diversión eran mis clases de danza, la lectura y de vez en cuanto sentirme mayor tomando café con mis amigas.

Es increíble de repente poder dar un recorrido por lo que ha sido mi vida estos casi 20 años, recordarme leyendo “Platero y yo” o “El principito” cuando era muy niña, saltando de sillón en sillón simulando ser una etérea bailarina, pero sin duda alguna mis mejores años fueron cuando comencé a tomar clases de ballet, estaba por cumplir 10 años, mi primer maestra fue una de esas maestras que no vale la pena recordar, por lo mismo sólo duró dando clases unos meses, el siguiente maestro, para mí fue el primero y a quien nunca olvidaré; hasta entonces yo había sido una niña…¿Cómo decirlo? Al mínimo grito, regaño o burla, soltaba el llanto, cuando eres niña sólo quieres ser bailarina, no te imaginas el dolor, la disciplina, la responsabilidad que conlleva, entonces apareció él, el profesor Armando, dando claras instrucciones de peinado, uniforme, higiene, puntualidad y fue ahí cuando descubrí que iba a ser difícil, pero también descubrí que era lo que más quería. Además de mi grupo, que era completamente para principiantes, el profesor Armando daba clases en otro estudio con grupos de diferentes grados, cada año para la función de fin de cursos los grupos de ambos estudios de danza solíamos juntarnos para ensayar. En el grado más alto las niñas ya usaban puntas y nosotras, las novatas, nos quedábamos con la boca abierta al ver lo que podían hacer, era impresionante ver cómo tras horas de ensayo salían corriendo con sus madres para vendarse los dedos llenos de ampollas que ya les habían explotado o la uña que ya se había desprendido, tras llenar de tela adhesiva las heridas, volvían al ensayo bailando con tal gracia, que nadie imaginaría su dolor.

Tras un tiempo, el maestro nos anunció que no daría más clases en aquel lugar, iniciaba su propio proyecto, seguiría impartiendo clases en su propio estudio, algo retirado de mi casa, 40 minutos aproximadamente en transporte público, tenía 11 años, mi madre trabajaba, mi hermano tenía 2 años de edad y mi abuelita nos cuidaba, definitivamente no había manera de continuar con aquel maestro, que con sus gritos, exigencias, sonrisas y pasión por la danza, se había ganado mi corazón, sufría como imaginaba que no iba a sufrir nunca, claro, cuando tienes 11 años te ahogas en un vaso con agua, seguí bailando con el maestro nuevo que llego al estudio, el cual me parecía un inepto, me hacía enojar y a menudo tenía problemas en las clases, cuestionaba todos sus métodos y presumía de todo aquello que el profesor Armando me había enseñado, corregía su pronunciación y siempre tenía algo que reclamar, pensaba que ir a sus clases era una pérdida de tiempo, estaba enojada o triste casi siempre, mi mamá no aguanto verme así y no le quedó más remedio que llamar al maestro Armando para preguntar si podía incorporarme a las clases, el único problema era que en su estudio no había ningún grupo correspondiente al grado que yo cursaba, todos los grupos eran de grados más altos y las niñas más o menos de mi edad, eran aquellas de ese grupo en el cual la mayoría de las niñas usaban puntas, el maestro le dijo a mi madre que yo podía ir a tomar una clase con ellas, si me sentía bien y capaz de alcanzarlas él se sentiría feliz de tenerme de nuevo en sus clases. Cuando mi mamá me dio la noticia, no cabía en mí la felicidad, fui a aquella clase…y después de eso, sólo queda decir que siguieron años maravillosos, años en los que crecí en todos los sentidos, aprendí a ser fuerte, que se valía encerrarse en el baño a llorar cuando algo no salía, pero también aprendí el significado de la amistad, porque esas niñas que convivían desde los 5 años, hacían pijamadas, festejaban juntas sus cumpleaños y salían a comer, al cine o a la feria; esas niñas me aceptaron, reían conmigo y también lloraban, contaba con ellas para aprender algún paso o repasar alguna coreografía, íbamos a todos lados, junto con el maestro y nuestras mamás o papás hacíamos la mejor carne asada los sábados después de clases, descubrimos los mejores tacos que había cerca del estudio y corríamos en mallas y zapatillas a la paletería de al lado para comprar agua fresca, papas o cualquier cosa; cuando alguna ya tenía novio lo conocíamos y era casual hacerte cómplice de algún novio para que de sorpresa pudiera llegar al estudio con flores o regalos para tu amiga, vivimos las fiestas de XV años de todas, a veces íbamos juntas a comprar los vestidos que usaríamos y llenábamos la pista durante toda la fiesta. Con ellas me atreví a hacer cosas que pensé jamás haría, como subirme a la montaña rusa o entrar a la Cazona del Terror.

Estoy agradecida con la danza por muchas razones, una de ellas es haberme permitido conocer seres mágicos, un maestro y unas compañeras con las que no sólo aprendí danza, con las que compartí la duela, pero también mi corazón. Hace poco comentaba con algunos compañeros de la carrera que para mí la etapa de la secundaria no había sido tan buena como muchos mencionaban, para ellos lo había sido; hoy entendí que sí, que la etapa de la secundaria si fue buena, muy buena, sólo que no dentro de la secundaria, ni con los compañeros de secundaria, fueron los mejores años que viví en el estudio de danza, con el profesor Armando, con mis compañeras.

Siempre agradeceré al maestro Armando su dedicación, su pasión por la danza, su exigencia, él nunca quiso tener estudiantes mediocres en su estudio y gracias a él sé que hoy no lo soy, gracias a él no tengo problema alguno con peinarme y uniformarme, no tengo problema con ser perseverante y disciplinada. Hoy le agradezco a él…hoy les agradezco a mis compañeras, porque aunque el tiempo voló, y la mayoría elegimos caminos distintos sé que recuerdan aquellos años con el mismo afecto que yo, con el mismo cariño, gracias por su amistad.

Como lo he mencionado antes, hoy en día hay un millón de motivos para decidirse a estudiar danza, para llevar a los niños a clases de ballet, folklor o jazz, tengan por seguro que valores como la amistad, el compañerismo, la responsabilidad y la perseverancia, los encontraran todos en la danza.

La semana pasada, acompañé a una de mis tías, que también es mi madrina a comprar el uniforme de ballet de su hija pequeña, me llena de alegría ver como otra historia está por comenzar ahí, la pequeña Mariana se enoja si tiene que faltar a alguna de sus clases, y está llena de emoción por pronto poder usar su leotardo rosa y sus zapatillas de ballet, más emocionada estoy yo, no espero que Mariana se vuelva profesional o que quiera estudiar danza toda la vida, eso lo dirá el tiempo, por ahora sólo espero que Mariana disfrute de la danza en cada clase, se llene de sonrisas cada día, aprenda a ser disciplinada y constante, y lo mejor de todo, que encuentre un millón de amigas.

Así recuerdo mi infancia, algo de mi adolescencia… ¿Y ustedes, recuerdan?
 
Nuria, gran amiga, gran bailarina, próximamente, la mejor maestra de danza clásica.
 
 
Al estilo “Center Stage”
 
Trio de tres
De fiesta, gran maestro, grandes compañeras, grandes momentos.

 

Diciembre de 2013.

Palabras encerradas.

Por: Viridiana Juárez.

“Ninguna mujer ha dicho toda la verdad de su vida.”

Isadora Duncan.

A menudo leemos, escuchamos, vemos historias de bailarines, nos maravillamos con sus logros y aplaudimos sus éxitos, pero ciertamente no conocemos lo que hay detrás de esos logros, muchos bailarines no se atreverían a hablar de sus miedos, de sus frustraciones, de sus fantasmas. La gente nos ve como figuras etéreas, suaves, la mayoría piensa que bailar no implica un gran esfuerzo, que es cosa de niñas y que estamos un poco chiflados.

Han sido días difíciles para mí, a ello se debe mi ausencia de palabras, el público aplaude lo que ve en escena, pero lo que pasa en el camino al gran día, nos lo guardamos nosotros, a veces ni la familia, ni los compañeros son capaces de ver la tristeza que nos embarga, no porque no estén al tanto de nosotros, sino porque estamos acostumbrados a sonreír ante la adversidad, porque toda la vida hemos tenido maestros que repiten y repiten “Los problemas se quedan afuera del salón de clases” y tienen mil maneras de decirlo, pero al fin es lo mismo. El caso es, ¿Qué hacer cuando el problema no es externo? ¿Qué hacer cuando el problema está en tu instrumento de trabajo? Sí, cuando el problema es tu cuerpo, éste no puede quedarse afuera mientras tomas clase.

Tuve una lesión de tobillo alrededor de los 15 años, un esguince que me fue mal tratado, que a pesar de las terapias y el reposo, no sanó, pero cuando tienes 15 años, sólo quieres bailar, ni siquiera piensas que esa pequeña molestia puede crecer, sólo disfrutas las capacidades de tu cuerpo al máximo, porque aunque no apoyo mucho las frases de mis maestros, como diría Mónica Maldonado: “Es un placer dominar el cuerpo”. De pronto tienes 19 años, estás en segundo año de la carrera, y bailar se convierte en un infierno, porque no aguantas el dolor, porque estás cansada todo el tiempo, porque quieres dormir, porque te pesan las dos horas de camino a la escuela y las dos de regreso a casa, porque parece que tu cuerpo está desbaratándose, dolor de tobillo, dolor de espalda, dolor de rodilla, escuchas tronar cada parte de tu cuerpo todos los días, y esas ampollas que se llenan de sangre y sin aviso explotan en plena clase…y ya no quieres doler, quieres tener energía, quieres bajar las escaleras corriendo cada mañana, quieres correr con tu perro, quieres sonreír, pintarte las uñas, cortarte el cabello, usar tacones y todas las cosas que una mujer de 19 años hace.

Volví a tratar mi tobillo, tuve mucho miedo, no lo negaré, había pasado por varios médicos, que sólo querían que dejará de bailar o intervenir quirúrgicamente para después dejar de bailar, por suerte la doctora con la cual me traté piensa que no hay motivo para dejar de bailar, ya que ella además de doctora, también fue bailarina, desde que la conocí deposite toda mi confianza en ella y la vi dispuesta a sanarme; sin embargo tenía encima la presión de la escuela, el montaje escénico, los exámenes a la vuelta de la esquina y varios de esos maestros que se molestan por tu lesión, como si fuera algo personal y lo hicieras a propósito.  Me mostré muy fuerte, haciendo ver que no me importaba mucho si se molestaban, debía mejorar para seguir bailando, lo cierto es que cuando nadie te ve llegan las lágrimas, te invade el miedo, imaginar que tal vez a tus maestros no les importe y te reprueben, que después de haber sido “la estrellita de Ruvalcaba” en primer año, (Como algunos compañeros me llamaban bromeando); ahora sería el árbol número 9 en el siguiente montaje coreográfico.

Indudablemente mejoré, no estoy bien del todo, debía comenzar a reincorporarme a las clases lentamente, cometí un error…me sentí tan presionada, por la escuela, por mis maestros, por mí misma, que dejo de ser gradual, de pronto ya estaba bailando como sin nada, poco después volvió el dolor, en mucho menor cantidad, claro, pero estaba ahí y ahora no tenía más opción que aguantar y seguir si es que quería salvar mi semestre. Me sentía sumamente cansada todo el tiempo, no quería tomar clase, no quería hacer tarea, no quería ir a la escuela, un montón de sentimientos encontrados de apoderaron de mí. Las ultimas semanas de clases, Cori Kresge, quien fue alumna directa de Merce Cunningham y miembro de su compañía, impartió una clase en mi escuela, ahí me di cuenta que el problema no era la danza, bailar me hace completamente feliz, lo que duró esa clase me sentí plena, disfruté, me equivoqué y lo resolví; me puse a recordar esos días en los que bailar no era competir, en los que bailar no significaba una calificación, en los que las compañeras también eran las mejores amigas.

Hubo momentos en los cuales no aguantaba la lágrima a punto de brotar durante las clases, y me decía una y otra vez, ¡Estoy harta! ¡Estoy harta de pretender ser algo que no soy, de pretender que las cuartas de Graham no me lastiman y han sido hechas para mí, de pedirle a mi cuerpo posturas y movimientos que no son naturales, de luchar contra mis genes, porque tengo estas piernas y me gustan, y las caderas también! ¡Harta de intentar convertirme en lo que mis maestros pretenden que sea! Amo bailar y extraño ser feliz mientras lo hago. A alguien se le ocurrió que debía ser así, que los maestros deben ser brutales con el alumno, que los problemas se quedan afuera y aquí todos somos muy felices, jamás nos duele nada, nunca lloramos, no extrañamos a nuestros amigos y por supuesto que no queremos comer helado, ni tamales, ni ir a la posada de la vecina, obviamente nosotros fuimos elegidos para la danza, que horror hacer cosas que hacen los seres comunes y corrientes.

Tal vez para algunos sea aburrido leerme, tal vez a otros les encante, otros más pueden pensar que estoy loca al escribir tanta cosa; lo cierto es que la danza hoy en día es completamente individualista, y la danza será para cada cual lo que quiera que sea. He mencionado que no estoy muy feliz en la escuela, la opción no es dejarla, es comenzar a verla de un modo más amable, ésta es una invitación para los bailarines que lleguen a leerme, no bailen por una calificación, cuestionen a sus maestros, vivan la vida para después danzarla, amen su cuerpo, ya que éste es su historia; habrá técnicas que no nos acomoden, no desesperen, encontrarán su camino; sean lo que ustedes quieren ser y no lo que sus maestros quieran, claro, esto no significa que vamos a tirarlos de locos, tomen lo bueno de cada uno, lo demás deséchenlo; constrúyanse en la danza como seres únicos, no tiene caso ser la copia de la copia; Isadora Duncan decía: “Para un niño sensible y orgulloso, el sistema de la escuela pública es tan humillante como el de un penal”, no dejen que la escuela derrumbe sus sueños, aprendan, crezcan, no se dejen caer y si caen, levántense; nunca olviden de donde vienen ni quien les ha apoyado siempre; paren cuando su cuerpo se los pida, traten sus lesiones y lo más importante…si bailar los hace plenamente felices, no lo olviden.

 



         


 Vista del cielo una tarde de escuela. 
 

Mensaje de una gran amiga: "En el corazón de todos los inviernos, ve una primavera palpitante."
 
 
Volando...
 

                                    

Noviembre de 2013
Mi cuerpo es historia.
 
"Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten,
 que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?"
Jaime Sabines.

 

Son días de nostalgia, fin de semana de recuerdos, para algunos días de fiesta, pero sin duda alguna son días de color, de flores e incienso; son los días en los que sientes más cerca a los que ya no están.

Martha Graham solía decir que todos los seres humanos contamos con una “memoria de sangre”, esto es que guardamos ciertos movimientos, gestos o expresiones de nuestros ancestros;  aquello de que nos digan que movemos los brazos al hablar como lo hacía alguna tía o abuela no es simple casualidad. Tener “memoria de sangre” me arraiga a mi tierra, a mi pasado, a mi familia, me hace pensar en cómo mi cuerpo es historia, ¿Te habías puesto a pensar en que eres los ojos de tu madre, el color de piel del abuelo, el cabello de la tía, las caderas de la bisabuela? Eres un cuerpo lleno de la magia de todos aquellos que estuvieron aquí antes que tú, eres fruto de una historia y con ese cuerpo te levantas a bailar y entonces como dice una de mis maestras “cuando te levantas a bailar, no lo haces solo, tus ancestros se levantan a bailar contigo” Tu cuerpo es historia, tú tienes una historia y jamás estarás solo en el escenario.

Hoy, hay miles de razones por las que las personas bailan, miles de motivos por los cuales amamos la danza; lo importante es tener claro por qué te mueves, por qué amas la vida en movimiento, qué buscas con tu danza. Para mí, el mundo es movimiento, todo se encuentra en constante cambio, el planeta gira alrededor del sol en todo momento, unas horas vemos el sol, otras la luna, una temporada caen hojas de los árboles, otra nacen flores nuevas; el mundo se mueve, por ello me muevo, porque al plantarme en el suelo les bailo a mis muertos, con movimiento les grito a los vivos “Aquí estoy, Eunice Viridiana Juárez Hernández, de los Juárez de Guanajuato y los Hernández de Río Frío; con el cuerpo de roble de la bisabuela, con las caderas anchas dadoras de vida, con el cabello rizado del abuelo y esta tez morena.”

Danzó mi cuerpo, danzo mi historia, danzo con la misma magia con la que de niña jugaba a volar con plumas de aves y me atoraba flores rosas en el cabello, danzo con las sonrisas del abuelo cuando tocaba la guitarra y me atacaba con cosquillas. Danzo de recuerdos, de mis nuevas experiencias, danzo para honrarles, danzo para agradecerles este cuerpo fruto de su historia, porque gracias a que yo vivo, ellos viven.

Deshojar flores de Cempasúchil, hasta que las manos me quedaban anaranjadas siempre fue mi felicidad en estos días, si acostumbras celebrar estos días, no te olvides de disfrutar el olor de las flores y bailarines, disfruten de la repartición de la ofrenda, nosotros estamos vivos, celebremos la vida danzándole a nuestros muertos.