Diciembre de 2013.
Palabras encerradas.
Por: Viridiana Juárez.
“Ninguna mujer ha dicho
toda la verdad de su vida.”
Isadora Duncan.
A menudo
leemos, escuchamos, vemos historias de bailarines, nos maravillamos con sus
logros y aplaudimos sus éxitos, pero ciertamente no conocemos lo que hay detrás
de esos logros, muchos bailarines no se atreverían a hablar de sus miedos, de
sus frustraciones, de sus fantasmas. La gente nos ve como figuras etéreas,
suaves, la mayoría piensa que bailar no implica un gran esfuerzo, que es cosa
de niñas y que estamos un poco chiflados.
Han sido días
difíciles para mí, a ello se debe mi ausencia de palabras, el público aplaude
lo que ve en escena, pero lo que pasa en el camino al gran día, nos lo
guardamos nosotros, a veces ni la familia, ni los compañeros son capaces de ver
la tristeza que nos embarga, no porque no estén al tanto de nosotros, sino
porque estamos acostumbrados a sonreír ante la adversidad, porque toda la vida
hemos tenido maestros que repiten y repiten “Los problemas se quedan afuera del
salón de clases” y tienen mil maneras de decirlo, pero al fin es lo mismo. El
caso es, ¿Qué hacer cuando el problema no es externo? ¿Qué hacer cuando el
problema está en tu instrumento de trabajo? Sí, cuando el problema es tu
cuerpo, éste no puede quedarse afuera mientras tomas clase.
Tuve una
lesión de tobillo alrededor de los 15 años, un esguince que me fue mal tratado,
que a pesar de las terapias y el reposo, no sanó, pero cuando tienes 15 años,
sólo quieres bailar, ni siquiera piensas que esa pequeña molestia puede crecer,
sólo disfrutas las capacidades de tu cuerpo al máximo, porque aunque no apoyo
mucho las frases de mis maestros, como diría Mónica Maldonado: “Es un placer
dominar el cuerpo”. De pronto tienes 19 años, estás en segundo año de la
carrera, y bailar se convierte en un infierno, porque no aguantas el dolor,
porque estás cansada todo el tiempo, porque quieres dormir, porque te pesan las
dos horas de camino a la escuela y las dos de regreso a casa, porque parece que
tu cuerpo está desbaratándose, dolor de tobillo, dolor de espalda, dolor de
rodilla, escuchas tronar cada parte de tu cuerpo todos los días, y esas
ampollas que se llenan de sangre y sin aviso explotan en plena clase…y ya no
quieres doler, quieres tener energía, quieres bajar las escaleras corriendo
cada mañana, quieres correr con tu perro, quieres sonreír, pintarte las uñas,
cortarte el cabello, usar tacones y todas las cosas que una mujer de 19 años
hace.
Volví a
tratar mi tobillo, tuve mucho miedo, no lo negaré, había pasado por varios
médicos, que sólo querían que dejará de bailar o intervenir quirúrgicamente para
después dejar de bailar, por suerte la doctora con la cual me traté piensa que
no hay motivo para dejar de bailar, ya que ella además de doctora, también fue bailarina,
desde que la conocí deposite toda mi confianza en ella y la vi dispuesta a
sanarme; sin embargo tenía encima la presión de la escuela, el montaje
escénico, los exámenes a la vuelta de la esquina y varios de esos maestros que
se molestan por tu lesión, como si fuera algo personal y lo hicieras a propósito. Me mostré muy fuerte, haciendo ver que no me
importaba mucho si se molestaban, debía mejorar para seguir bailando, lo cierto
es que cuando nadie te ve llegan las lágrimas, te invade el miedo, imaginar que
tal vez a tus maestros no les importe y te reprueben, que después de haber sido
“la estrellita de Ruvalcaba” en primer año, (Como algunos compañeros me
llamaban bromeando); ahora sería el árbol número 9 en el siguiente montaje
coreográfico.
Indudablemente
mejoré, no estoy bien del todo, debía comenzar a reincorporarme a las clases
lentamente, cometí un error…me sentí tan presionada, por la escuela, por mis
maestros, por mí misma, que dejo de ser gradual, de pronto ya estaba bailando
como sin nada, poco después volvió el dolor, en mucho menor cantidad, claro,
pero estaba ahí y ahora no tenía más opción que aguantar y seguir si es que quería
salvar mi semestre. Me sentía sumamente cansada todo el tiempo, no quería tomar
clase, no quería hacer tarea, no quería ir a la escuela, un montón de
sentimientos encontrados de apoderaron de mí. Las ultimas semanas de clases, Cori
Kresge, quien fue alumna directa de Merce Cunningham y miembro de su compañía,
impartió una clase en mi escuela, ahí me di cuenta que el problema no era la
danza, bailar me hace completamente feliz, lo que duró esa clase me sentí
plena, disfruté, me equivoqué y lo resolví; me puse a recordar esos días en los
que bailar no era competir, en los que bailar no significaba una calificación,
en los que las compañeras también eran las mejores amigas.
Hubo momentos
en los cuales no aguantaba la lágrima a punto de brotar durante las clases, y
me decía una y otra vez, ¡Estoy harta! ¡Estoy harta de pretender ser algo que
no soy, de pretender que las cuartas de Graham no me lastiman y han sido hechas
para mí, de pedirle a mi cuerpo posturas y movimientos que no son naturales, de
luchar contra mis genes, porque tengo estas piernas y me gustan, y las caderas
también! ¡Harta de intentar convertirme en lo que mis maestros pretenden que
sea! Amo bailar y extraño ser feliz mientras lo hago. A alguien se le ocurrió
que debía ser así, que los maestros deben ser brutales con el alumno, que los
problemas se quedan afuera y aquí todos somos muy felices, jamás nos duele
nada, nunca lloramos, no extrañamos a nuestros amigos y por supuesto que no
queremos comer helado, ni tamales, ni ir a la posada de la vecina, obviamente
nosotros fuimos elegidos para la danza, que horror hacer cosas que hacen los
seres comunes y corrientes.
Tal vez para
algunos sea aburrido leerme, tal vez a otros les encante, otros más pueden
pensar que estoy loca al escribir tanta cosa; lo cierto es que la danza hoy en
día es completamente individualista, y la danza será para cada cual lo que
quiera que sea. He mencionado que no estoy muy feliz en la escuela, la opción
no es dejarla, es comenzar a verla de un modo más amable, ésta es una
invitación para los bailarines que lleguen a leerme, no bailen por una
calificación, cuestionen a sus maestros, vivan la vida para después danzarla,
amen su cuerpo, ya que éste es su historia; habrá técnicas que no nos acomoden,
no desesperen, encontrarán su camino; sean lo que ustedes quieren ser y no lo
que sus maestros quieran, claro, esto no significa que vamos a tirarlos de
locos, tomen lo bueno de cada uno, lo demás deséchenlo; constrúyanse en la
danza como seres únicos, no tiene caso ser la copia de la copia; Isadora Duncan
decía: “Para un niño sensible y orgulloso, el sistema de la escuela pública es
tan humillante como el de un penal”, no dejen que la escuela derrumbe sus
sueños, aprendan, crezcan, no se dejen caer y si caen, levántense; nunca olviden
de donde vienen ni quien les ha apoyado siempre; paren cuando su cuerpo se los
pida, traten sus lesiones y lo más importante…si bailar los hace plenamente
felices, no lo olviden.